Tras publicar un par de EPs y un buen puñado de singles y colaboraciones, empezamos a conocer al vallecano Marcos Crespo: un tipo sensible y de mecha corta; con sus demonios, como todos. Tal vez eso explique por qué sus canciones han contribuido de manera decisiva a decodificar el zeitgeist de una generación fatigada, ansiosa y empujada sin alternativa al hiperproductivismo. «El Arte De Morir Muy Despacio» se puede entender como el reverso nihilista y sarcástico de esos manuales de auto-ayuda a los que Marcos y los de su edad han sido sobreexpuestos. Se trata de un álbum conceptual dividido en tres partes, abordando en cada una de ellas distintas etapas vitales. «Parte I: Introducción a la Entropía» transmite cierta inocencia no exenta de mala leche. Este primer bloque, compuesto por cuatro cortes, tiene un aura melancólica y un sonido lo-fi depurado, en una apuesta decidida por el minimalismo. Es el individuo descubriendo el mundo ante sí («te doy un beso, tiritas de frío / me cuentas tu día, yo el mío»), forjando una personalidad a base de golpes, de ensayo y error («un día de repente estás aquí y nadie te ha explicado cómo vivir»).
El segundo bloque de canciones, encabezado por «Parte II: La Abrazo con Fuerza (carta a la soledad)», tiene un sonido más saturado. Es en este tramo de la secuencia donde Crespo aborda los traumas, la soledad y el odio («siempre lloro en mi cumpleaños»). El relato se oscurece, como corresponde a una etapa de negación y de enfado con el mundo y con uno mismo («de vuelta a casa que nadie me hable / abro la puerta, nunca ha habido nadie»).
Y con el final del álbum llega la aceptación. El bloque que arranca con «Parte III: Muerte y Resurrección». Tiene una pátina brillante, suena definitivamente más producido. Asimilar lo aprendido en el camino («dónde están mis amigos, no veo a nadie desde mi funeral»), asumir la realidad y valorar lo que tienes alrededor («ama y reparte, reparte y ama»). Así concluye esta crónica que, de tan personal que resulta, acaba interpelando a una generación entera. Lo que sí es personal e intransferible es el sonido patentado por Depresión Sonora: digital pero con los pies en tierra, post-punk para un momento post-todo.