LOS HUÉSPEDES FELICES, viendo crecer la hierba al rico sol de invierno
Hubo un tiempo en que las canciones de Los Huéspedes Felices sólo llegaban en coquetos CDr de doméstica y encantadora presentación. Cuando menos te lo esperabas, recibías noticia de sus últimas aventuras en su estudio casero, siempre sorprendentes, siempre mejor que las anteriores. Uno llegó a pensar que nunca grabarían un disco “como Dios manda”, y si algo fastidiaba era que nadie más aparte de sus allegados llegara a conocer aquel tesoro semisecreto. Sobre todo, cuando llegó Sol de invierno. Allí había algo más, el romanticismo del háztelo tú mismo y no pienses más allá del círculo que te conoce es muy bonito, pero aquello merecía algo más.
Estaba grabado entre el local de ensayo y sus casas, pero la atención al detalle y el encanto cautivador de aquellas aparentes miniaturas que se extendían en apetitosos desarrollos psicodélicos superaban cualquier tipo de escollo técnico, hasta convertirse en pequeñas maravillas de lujosa baja fidelidad.
Hablamos de psicodelia, delicadamente acústica a veces («Sesión de tarde»), cercana al freakbeat más ácido otras («Tras el cristal»), pero hay mucho más. El particular guiño a Bonanza, «Lorne Greene», parece homenajear en su sonido a otro héroe pop como Miguel Ángel Villanueva, brujo mayor del reino de Felicia, reino en el que también habita «Frankie, el Rey de las Gominolas». En «Marinaro Anziano» prolongan su particular predilección por el pop italiano; «Flores» parece llevar a los Stones más americanos a pasear por California sin Mick Jagger; «Doctor Esquerdo» pone melancolía y emoción, y la arrebatadora «Balada para Moris» cuadra un extraño círculo, el de la perfecta canción pop sin estribillo, de esas que te obligan a silbar por la calle, paso viene, paso va.
Ver como sube la hierba mientras uno se tumba al sol es uno de esos pequeños placeres al alcance de cualquiera. Por fin, ya es posible hacerlo mientras brilla este encantador Sol de invierno.
Carlos Rego